El mate ya comenzaba a lavarse. Amargo, tal como cada vez que debo estudiar. Sin dudas era momento de cambiar la yerba, hacía ya un par de cebadas atrás incluso. El agua de la pava ya estaba tibia, tirando a fría, y los apuntes sobre la teoría iluminista de Horkheimer (en este caso era un estudio acerca del componente nazi en la sociedad, pero poca atención tenía puesta en ello) descansaban placidamente sobre el mantel de plástico que se usa a diario en la mesa del comedor. Subrayando algunas frases que consideraba salientes y algo aburridas, levantaba la cabeza de vez en cuándo y mi rostro se reflejaba en el metal de la tetera. No me sentía cansado. No hacía mucho que había arrancado con el estudio. En cuanto al día, bueno, ni siquiera se había partido al medio aún. Se notaba que era un día hermoso afuera. Me tenté de levantarme de la silla y salir al patio para ver el cielo despejado y que el sol pudiera acariciar mi piel unos instantes. Pero no lo hice. La cosa es que la radio silbaba bajita un tema de the cure. Me sentía como normal. A veces me siento triste, como todos, incluso sin razones aparentes, otras veces me siento feliz, otros momentos estoy ansioso, a veces tengo miedo. Si, ya sé, todo eso también es normal, pero cuando no tiene nada de eso… ¿qué es? Para mí eso es sentirse normal. Incluso era uno de los pocos momentos que mi imaginación estaba como aquietada, estaba durmiendo. Creo que esa fue la característica rara del momento. Nada. El día también contribuía a esa sensación de normalidad. No me pregunten por qué, estoy menos que divagando. Allí estaba yo, terminando o empezando a estudiar. Me miré en la tetera de nuevo, y el reflejo fue el mismo que el de unos minutos atrás. Mis ojos se encontraron con ellos mismos, y por un instante, fueron extraños. Inmediatamente fueron los mismos ojos marrones que el espejo me devolvió cada vez que me paré frente a él. Me sonreí, y noté que hacía mucho tiempo no recibía una sonrisa amigable, sin importarme si aquella imagen de la tetera luego, al agachar la cabeza, mordiera el labio inferior en gesto evidente de fastidio. Volví la vista a la frase recién subrayada, quizás para intentar retener el concepto que pude haber advertido. La radio parecía haberse apagado, y no me había dado cuenta si fue antes o después de notarlo. Sí sentí un pequeño roce de hielo sobre mi nuca. Eso hizo que me paralizara unos minutos, como si todos mis sentidos hubieran advertido esa sensación que sólo es exclusiva al tacto. Giré la cabeza y miré detrás de mí. Claro que no había nada, pero una gota helada caía por mi espalda. No era sudor, era una gota de agua helada. Me senté derecho nuevamente, frente a mí estaban los apuntes, el mate y la pava. Y en ella el reflejo distorsionado de mi persona, en ese momento algo sorprendido y a la expectativa, sobre todo luego de notar, también mediante la imagen que se reflejaba en el frío metal, la imagen de una niña que lamía un helado, parada a mi derecha. Reía como tratando de simpatizar conmigo. La miré unos momentos con la pava como mediadora de su reflejo. Lentamente llevé mi vista, moví la cabeza hacia el sector dónde la niña debería de estar. Claro, no estaba allí. Pero en la tetera se seguía reflejando. Seguía lamiendo el helado, esos helados de agua, de gustos de fruta normalmente. Su mano derecha mostraba algunas gotas que chorreaban por entre sus dedos. La gota que, rebelde, había rodado por mi espalda, había llegado al final del camino, y ahora… bueno, estaba en otro lado. Volví a mirar directamente a mi costado, y nada. Volví a la tetera, y seguía allí. Me miraba fijo a mí, no en dirección al metálico y algo oxidado objeto. Vestía una especie de vestidito azul, o celeste, con un bordado blanco en el cuello. Llevaba el pelo oscuro atado en dos colitas. No sé si era tan niña, pero por su forma de vestir parecía más chica de lo que en realidad podría de ser. Allí estaba la niña, mirándome fijo a mí, alternando el objetivo de su visión a veces con su golosina. De pronto me vi realmente lleno de curiosidad por esa situación. No tenía miedo. Bueno, al principio si lo tuve, lo cual es lógico. No pensaba demasiado, sólo sentía curiosidad por la situación. No tanto por la niña, sino por la situación. Una oleada de aire frío entró de repente en el comedor, abriendo la puerta, evidenciando que afuera hacía un clima excelente, por el pequeño cielo que ahora quedaba libre a mi visión. En la casa de al lado, la vecina gritó algo. Siempre esa mujer grita, sobre todo llegando al mediodía. No me llamó mucho la atención el detalle en ese momento, de no ser porque la pava reflejó otra imagen. Una mujer, yo diría de unos 30 años. Comprendí que el grito provenía de aquella nueva imagen, que entraba en el comedor, que regañaba a la pequeña situada al lado mío, y que la sacaba de mi lado, abrazándola, como protegiéndola de mí. La tetera me mostraba la escena, como si estuviese en la butaca de un cine. La mujer alzaba a la chica y se perdía de la visión de la pava, diciéndome algo a mí, como pidiéndome disculpas. Ahora quedaba yo solo en el comedor. El mate estaba frío y la yerba definitivamente lavada. Me quedé unos minutos, inmóvil, pensando si quería o no seguir cebándome unos verdes. Moví el calentador de agua, o sea la pava, un poco, logrando que refleje a mi vista la puerta del comedor. Había varias personas en esa imagen. Entre ellas, la mujer y la chica que antes se habrían acercado a mí. Una abuela, sentada en la escalera del pasillo que da a mi departamento, se reía. Quizás se dio cuenta de que hace varios minutos debía de haberle cambiado la yerba al mate. O de que estoy leyendo sin ninguna gana estos apuntes.
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